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LA CONDUCTA AMOROSA

SOCIOLOGÍA SEXUAL: LA CONDUCTA AMOROSA

La conducta amorosa

Toda mujer y todo hombre han descubierto dentro de sí el extraño sentimiento de un deseo turbador que llena la totalidad de su ser, nacido súbitamente y desarrollándose con una fuerza sorprendente. Entonces se preguntan qué es el amor. La mayoría no ha encontrado una respuesta satisfactoria, pero alguno sí encontró una cuya naturaleza es un reflejo de su propia naturaleza, de su estructura individual.

¿QUÉ ES EL AMOR?


Los melancólicos definen el amor como un afecto. Y si son introvertidos, lo convertirán en un afecto leal. El flemático, si está casado, añadirá que este afecto leal es característico entre esposos o novios; pero si es extrovertido, dirá que el amor no es una cosa estable y sí efímera.

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El colérico hará del amor una fuerte emoción complicada, que hace apreciar y desear alguna cosa o alguna persona. Si es extrovertido, añadirá que la persona o cosa le encanta; pero si es introvertido, sólo afirmará que desea hacer todo por complacer al otro y lograr su bienestar.

Para el sanguíneo, el amor es la amplitud, la nostalgia del alma hacia algo deseable, bello y excelente. Si es extrovertido, añadirá que es la inclinación hacia una persona que despierta la pasión e identificará, simplemente, el amor con la pasión. Y si la pregunta está dirigida a una mujer egovertida responderá con cierto aire de misterio que es un afecto fuerte y absorbente hacia un hombre.

De una u otra manera el amor es más difícil de captar en sus acciones, en sus manifestaciones, en el ser humano que la vida y el alma, porque en cada persona es diferente y en cada persona cambia. Es como si el amor se burlase de la ciencia. 

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Y esto es lamentable, sobre todo para el sexólogo, que sabe por experiencia que el amor, el verdadero amor es una panacea para todos los trastornos psíquicos en el matrimonio, y debido a ello también para todos los trastornos físicos de la vida sexual, que tiene una base psíquica. 

Se puede tratar de abordar el amor por el camino de la filosofía, y son muchos los filósofos que lo han hecho. Algunos se han acercado tanto como la verdadera mujer, como la madre; pero todos ellos, incluso Platón, San Agustín o Santo Tomás de Aquino, se quedaron cortos en las comparaciones. Porque la esencia del amor también ha sido filosóficamente inabordable para ellos. 

EL AMOR Y LA RELIGIÓN


Solo queda buscar en uno mismo algún punto de contacto con el amor y este punto es la religión. Claro que buscar en este terreno es un golpe de audacia para un laico; sin embargo, en el Nuevo Testamento se encuentran algunas expresiones que proporcionan un poco de luz, como: Dios es amor, Breve y Universal, sólo que nosotros, seres humanos, no podemos utilizarla para nuestros fines porque tampoco podemos dar una definición de Dios. 

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Pablo, con su gran sentido de la realidad, se guarda muy bien de ofrecer una definición del amor; solo se limita a una enumeración de sus virtudes. 

El mismo Jesús es el único que lo explica con mayor claridad cuando la substancia del Nuevo Testamento se encuentra en estas palabras: Amad al prójimo como a vosotros mismos, porque es lo mismo que amar a Dios. 

Una contemplación intelectual de nosotros mismos no proporciona muchos hechos concretos. Las palabras de Jesús solo llevan a juzgarnos en relación con el prójimo; luego podemos saber cuándo amamos al prójimo si sabemos cuánto nos amamos a nosotros mismos. Y cuando el amor está en nosotros, podemos recibir de todas partes lo que en ellas hay de bueno y podemos dar generosamente a todas partes cuanto de bueno hay en nosotros: El amor nos eleva por encima de nosotros mismos. 

El cristianismo, pues, coloca el centro de la verdadera existencia humana en el alma, y el amor en él, es la vida del alma. Sin embargo, cuando se considera el desarrollo del amor en el sentido histórico enseguida se descubre el sorprendente hecho de que el verdadero amor, es decir la experiencia y los efectos del amor verdadero, no existía antes de la predicación de Cristo. 

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En los cuatro siglos anteriores existe el amor platónico, el amor superior, pero este amor es metafísico. Aspira a la perfección absoluta y no está dirigido hacia sí mismo. Es como un amor propio, y, por elevado que sea, solo sirve al perfeccionamiento de la persona que aspira al amor. 

Por contra, en el desarrollo social del mundo de occidente, durante la edad media y los siglos siguientes hasta nuestros días, el amor trascendente por Dios, un amor que se satisface a sí mismo, ha sido aceptado de tal manera que en el matrimonio cambió mucho la posición de la mujer: La convirtió en un objeto que tenía el deber de satisfacer sexualmente al marido. El amor solo llegaba para ella durante el matrimonio. Ella se entregaba toda, en cuerpo y alma, una rendición que es el efecto de su naturaleza. Cuando el amor nacía en ella, era indivisible, la fidelidad era una evidencia para ella. 

Sin embargo, en estos últimos cien años se ha tendido a valorar la personalidad de la mujer, en parte como una necesidad del hombre y en parte porque el desarrollo social incluye al sexo débil en el proceso de reforzamiento de la consciencia.  Y debido a este cambio esencial en la posición de la mujer, el amor surge en ella con tantos contrastes y variantes como efectos distintos posee en el hombre. 

En el hombre la consciencia cobra su predominio y el espíritu, que se ha liberado de las influencias ajenas, se abre ampliamente. Absorbe gran cantidad de conocimientos, adquiere mucha experiencia y domina varios aspectos de su vida y de su relación con la sociedad. Y esta voluntad se desarrolla mejor cuanto mas fuerte sea la acción de sus instintos. Su resistencia interna contra la acción de estos instintos, origina el desarrollo de su espíritu y de su vigor masculino. 

En la mujer el aumento de la consciencia casi siempre va unido a unos trastornos de su facultad de reaccionar, sobre todo en la esfera del amor y de la sexualidad. Las inhibiciones son mayores a medida que aumenta la consciencia. 

El peligro de la sugestión de los instintos, que pueden conducir a acciones irreflexivas, es muy grande. A menudo la sensualidad puede parecerle una base sólida, pero enseguida comprueba que es un engaño. Y las decepciones con el amor le hacen temer al verdadero amor. 

Así, pues, no puede hablarse de una conducta amorosa típica y sí de una psicología típicamente masculina y de otra típicamente femenina. Ellos se relacionan estrechamente con la misión específica de cada sexo y con el especial cometido que les incumbe, al hombre, y a la mujer, en la vida familiar y social.