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EDUCACIÓN SEXUAL Y SEXUALIDAD EN LA PAREJA

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LA TERNURA

SOCIOLOGÍA SEXUAL: LA TERNURA

La ternura en la relación de pareja

Se ha podido definir el amor como la coexistencia de un deseo sexual, de intensidad y de calidad particulares y de una atracción emocional específica. En el desarrollo del individuo parece ser que la serie emocional y la serie sexual evolucionan paralelamente desde el nacimiento y no se reúnen hasta que no se adquiere la madurez. Por eso con frecuencia se dice que el amor verdadero es una función de madurez.

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La importancia del amor está ligada, no solamente a la intensidad de la atracción hacia su objeto, sino también a la conciencia de los trastornos internos que provoca en el mismo sujeto. Y esta sensación de renovación interna es el signo más conmovedor.

¿A qué son debidos estos trastornos? Pues a que el amor puede considerarse como el modelo más perfecto de comunicación entre dos seres; porque bajo su influencia, la angustia humana desaparece y de ahí la impresión de ligereza, de inmaterialidad, de renacimiento que lo acompaña. Amar es vivir.

El reparto afectivo, expresivo y vital es, por consiguiente, la condición del amor y no el afecto. Se puede decir, pues, que se ejerce el amor por el amor mismo. Se dará más tarde el amor que se haya recibido de la infancia; por eso los amores de aquellos que estuvieron privados de afectos pueden ser hermosos, trágicos, desesperados, pero llevarán la señal de la frustración, de la inseguridad y de la neurosis.

Se sabe que individuos mal amados en su infancia tienen la tendencia a tener amores sucesivos, numerosos, en los que uno cura el otro. En ocasiones encuentran la pareja excepcional que realiza para ellos una verdadera psicoterapia y les permite alcanzar el verdadero amor.

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Sucede, también, que el amor rescata las angustias y los temores del pasado. Puede igualmente reavivarlos y en este caso la elección de pareja está dictada, por una disposición neurótica que no puede resolverse ni por aquel que ama ni por la persona amada. El amor, entonces, puede concluir trágicamente.

Las borrascas del amor son crisis de adaptación análogas a las que pueden conducir a un enfermo crónico hacia la curación o hacia la muerte. El amor entre dos seres equilibrados que se han elegido con completo conocimiento de causa no conoce una verdadera borrasca. 

El diálogo es lo que cuenta en el amor, la comunicación que se establece entre dos seres. La calidad del amor casi podría medirse en la riqueza y sobre todo en la calidad de las réplicas. Si uno de los dos acapara la tribuna, es que ya ha absorbido al otro y no tardará en eliminarlo. 

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Por esto es peligroso considerar el amor como una fusión completa de dos seres, suponiendo que ésta sea posible en el ámbito de nuestro globo: Se debe amar a otra persona y no a otro sí mismo. Es preciso que la persona permanezca libre para encontrar en el mundo lo que la ha hecho diferente de su pareja y que es, generalmente, lo que ha hecho que esa pareja le ame.

Si por causa de un amor demasiado celoso se suprime este reflejo de libertad y de disponibilidad, se reduce a la pareja a una expresión tan simple que no tardará en seguirle la rebelión, el apagamiento doloroso y el rechazo. 

ES INÚTIL DELIMITAR EN EL AMOR LA PARTE RESPECTIVA DEL DESEO Y LA TERNURA


Por esto mismo es inútil tratar de delimitar en el amor la parte respectiva del deseo y de la ternura. Esta no se reduce a un simple deseo desexualizado. Para muchos psicólogos no existe, a excepción de casos patológicos, un deseo que sea verdadero ejemplo de toda ternura, y recíprocamente. Aquí, la patología residirá en el hecho de que el deseo es tan despreciado y culpado que no puede ejercerse más que con parejas indignas de estima o de ternura. 

Nada asombra, pues, que puedan caracterizarse como igualmente patológicas las actitudes puritanas y la actitud de promiscuidad que se otorgan bastante curiosamente para conceder más importancia al placer que a la persona. En el primer caso, se considera que el placer es el mismo sea quien sea la pareja; en el segundo se busca un placer siempre renovado gracias a parejas diferentes e igualmente desprovistas de importancia. 

Puritanismo e hipersexualidad se juntan, pues, en un igual desprecio neurótico de la personalidad del otro. Y esto, precisamente, es lo que explica la reacción valorizante, idealizante de ese otro; esa exaltación de la personalidad de la pareja tal como se encuentra en los temas de amores eternos, de unión mística, de encuentros excepcionales, entre otros.

El amor de las leyendas y de las novelas, el amor absoluto, tiende a encerrar en una misma unidad los lazos afectivos, carnales y morales establecidos entre dos seres. La intensidad de la emoción compartida se transfiere sobre una sensualidad que refina y renueva, justificando así una fidelidad recíproca y espontánea que nada puede trastornar: Moral del interior, religión del amor. 

De hecho existe en esta concepción una sujeción y una restricción de libertad tales que asombra no hayan llamado la atención antes. Sujeción porque el número de seres compatibles entre ellos para realizar este estado de gracia es muy limitado; para encontrar esa alma gemela se han arrastrado largas y penosas peregrinaciones (De aquí los temas de viaje, de errabundo, inseparables del amor legendario).

Por otra parte, esta unión mística, esta identificación absoluta de uno y de otro, más bien parece irrealizable en la escala humana; si está permitido a la criatura fundirse en su creador en el curso de la experiencia religiosa, puede ser peligroso para la misma criatura abandonarse sin reservas a su semejante. Peligra en ser absorbida, con perder su individualidad, y luego rechazada como demasiado conocida, como devaluada, inútil. 

La restricción de libertad inseparable del amor absoluto acaba por matar. El único amor absoluto que acaba bien (Y vivieron felices) es el que se encuentra al final de esas historias de atrocidades para niños sabios llamados cuentos de hadas. 

En todas las demás ocasiones, el amor legendario aporta ruptura, muerte, tristeza y desolación. Y el hombre se pregunta con angustia el porqué de esta imposibilidad.