EL GOCE SEXUAL EN LA PAREJA
Examinando el goce sexual se comprueba que la búsqueda del placer entraña dos grandes cuestiones que se manifiestan claramente en todo individuo: La necesidad y el erotismo.
La necesidad en el goce sexual
Se respira antes de ahogarse, se tiene apetito antes de estar hambriento y nada de esto es asombroso, pues una modificación, incluso imperceptible, del medio interior basta para provocar las acciones necesarias, porque los centros determinantes se hacen y se habitúan a un determinado ritmo (De esfuerzo, de nivel de actividad); más todavía, se puede comer con apetito incluso cuando no se ha sentido la sensación de hambre.
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Por otro lado, la absorción de alimentos ha adquirido un valor simbólico de conservación, de supervivencia, de seguridad, y el hombre también come cuando se encuentra inquieto, de una manera o de otra, con motivo de su seguridad inmediata o de su aburrimiento.
Y, por último, en la medida en que la toma de alimentos está considerada como una recompensa por un acierto, el hombre come por placer y para corroborar de alguna manera otra satisfacción obtenida.
La sexualidad, al igual que la alimentación, posee un triple valor psicológico de escape, de seguridad y de prolongación del placer. Constituye un hecho bien sabido que las relaciones sexuales acertadas son relajantes, pero como van seguidas de una suave languidez se ha pretendido que fatigan, que minan la salud y que abrevian la vida, al menos en el hombre.
Sin embargo, la idea anterior no se basa en ningún hecho científico reconocido. Si se enfoca desde el lado de la intensidad de la emoción, ésta es la misma en los dos sexos (A no ser que se admita que la mujer es menos sensible que el hombre).
Y si se examina del lado puramente biológico, ¿Qué se dirá de las prostitutas que no parecen resentirse mayormente de sus excesos sexuales? Para el hombre, la emisión de esperma no representa más que una pérdida de materia química.
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Lo que se agota, de hecho, no es el individuo, sino el deseo. Lo que fatiga más en el acto sexual son los esfuerzos realizados por algunos para repetir sin estimulación física y psíquica adecuada.
Se aprecia claramente en el estudio de las impotencias electivas, caracterizadas por el éxito o la posibilidad de repetición del coito, cambiando de pareja. La fatiga se debe frecuentemente a los excesos de vigilia, de la mesa, de salidas y a la consumición de excitantes (Tabaco, alcohol, especias, entre otros)
Se sabe que los solteros viven menos tiempo que los hombres casados. En conjunto su vida sexual es menos intensa y más desordenada. Inversamente es falso decir que la abstinencia conserva y economiza las fuerzas. El rechazo que la produce, si no está dominado, puede ser generador de trastornos psicosomáticos de igual calibre que una vida sexual desordenada.
La pulsión sexual solo puede hacerse que calle de dos maneras: Por un rechazo fundado en el miedo y la culpabilidad, o por un rechazo basado en intereses científicos, artísticos, religiosos, entre otros. La diferencia entre ambos estriba en que el primero disminuye, al mismo tiempo, la satisfacción sexual y la estima de sí; mientras el segundo compensa la insatisfacción impuesta por una sobreestimación de sí mismo y de hacerse mejor al aceptar la represión. Sin embargo, el deseo siempre permanece.
Al lado del rechazo de la sexualidad en su conjunto, existen rechazos parciales llevados sobre la técnica sexual o sobre los mismos órganos sexuales: Pudor o disimulación de la desnudez.
Algunos consideran el pudor como el resto mal sano de una educación desfasada que se ha transmitido a través de los tiempos desde las famosas recomendaciones bíblicas hasta nuestros días. Se aconseja, entonces, para anular los efectos inhibidores de esta vergüenza inútil, el familiarizar desde la más tierna edad a los niños con la desnudez del cuerpo humano.
Pero en realidad el pudor es mucho más que una adquisición moral: Parece manar (Puesto que se encuentra en muchas tribus consideradas como salvajes) de un deseo oculto, fundamental, de protección de los órganos sexuales y de la generación.
Los médicos saben muy bien que es frecuente, entre individuos psicológicamente normales, hallar grandes dificultades en obtener un relajamiento y un reposo completo en el examen de los órganos sexuales.
Por esto mismo se considera que los excesos demostrativos del desnudismo están lejos de servir a la causa que preconizan, pues proceden de un exhibicionismo inconsciente. Este exhibicionismo, cuando se establece entre padres e hijos, puede ser tan traumatizante como la contemplación del coito de los padres.
Inversamente, la ausencia total del pudor se manifiesta en las relaciones amorosas cuando estas alcanzan una calidad y una intensidad particulares, pero incluso en este caso y entre los mismos participantes, la supresión del pudor sólo es válida en esta situación sexual. Fuera de esto, la ocultación de los órganos genitales sirve para evitar el proceso de habituación y el proceso de confusión.
La inquietud de evitar este habituamiento, esta especie de vacunación contra el deseo que provoca saciamiento visual, es el único medio inconsciente que ha encontrado el hombre para experimentar en cada ocasión el placer del descubrimiento, el de la satisfacción magnificada con los preliminares amorosos.
El vestido no es más que un viejo hipócrita colocado sobre las partes cargadas de culpabilidad; es un obstáculo necesario que atiza el deseo. Y si se objeta que no es natural ni normal atizar el deseo, habrá que conducir por ahí todo el problema de lo que distingue el deseo en el hombre de la satisfacción animal, tanto en el dominio sexual como en los demás dominios instintivos.
En cuanto al proceso de confusión es bien fácil de comprenderlo; La disposición anatómica, que superpone las zonas erógenas a las extremidades terminales de los principales órganos excretores, hacen que las repugnancias de la excreción puedan comprometer el deseo. Por esta razón no es conveniente la exhibición completa y permanente de los órganos sexuales.
El segundo atributo de la relación sexual es el carácter de seguridad. El acto sexual es uno de los métodos empleados más frecuentemente para acrecentar la estima de sí mismo. Se trata aquí de revivir una situación infantil en la cual todo testimonio de amor permitía participar en el poderío de los adultos.
Muy frecuentemente los excesos sexuales son buscados por estos mismos quienes, normalmente, no se lanzarían a ellos si no viesen una ocasión de confesar las inferioridades mas o menos manifiestas en los dominios más variados: Fracasos profesionales, inferioridad física, social, financiera, entre otros.
El acto sexual repetido proporciona un escape provisional y restaura por algún tiempo la amenazada estimación propia.
Por último, el principio de extensión del placer se aplica al acto sexual cuando se practica para reafirmar la impresión favorable de un éxito obtenido en otro dominio funcional. En principio se puede ver un fenómeno normal de difusión de la excitación en el sistema nervioso, pero también con frecuencia el acierto basta para levantar las inhibiciones que, hasta entonces, pesaban sobre la sexualidad, permitiendo que éste se manifieste como por una especie de celebración (Ágapes y orgías después de pasar exámenes y oposiciones)
EL EROTISMO EN EL GOCE SEXUAL
El erotismo, segundo aspecto de este goce sexual, es la evocación consciente o no de lo sexual o la extensión del carácter sexual a las funciones vitales, y cuyo fin no es original o aparentemente sexual. Se diferencia de lo obsceno en que esto es una evocación erótica con una perspectiva deliberadamente inmoral, y en que la actividad sexual, vista como culpable, encuentra un placer acrecentado por la transgresión.
El erotismo es, por consiguiente, el cultivo deliberado del placer psicosensorial, psicosensitivo y psicomotor. Es la introducción en el amor del juego, del arte y del deporte.
La busca de un mismo fin común, el placer, por ambos participantes, pone un aspecto espectacular, un factor de estimulación recíproca y reforzadora.
Con frecuencia se le ha calificado de regresivo o infantil; pero solo es cierto en la medida en que el arte, el juego y el deporte puedan serlo. También se ha hecho del erotismo el monstruoso atributo de una sociedad capitalista en vías de desorganización, en la que el macho todopoderoso esclaviza a la mujer a sus caprichos primitivos, como si las mujeres no estuviesen, ellas mismas, a la busca del erotismo y no estuvieran notablemente dotadas en este dominio, por poco que se las anime.
Es evidente que el erotismo no resume la sexualidad más de lo que ésta resume el amor, pero sin erotismo la relación sexual se vuelve vulgar y animal; consagrada a un erotismo excesivo se demostraría en un artificio patológico.
El erotismo se generaliza porque el placer, en todos sus dominios, se vuelve accesible a un número cada vez mayor de individuos. El cine, la radio, la televisión, el internet y las publicaciones especializadas contribuyen lo suyo; simplemente se limitan a seguir el gusto de la generalidad, o como vulgarmente se dice ahora de la sociedad de consumo.
Por esto, si el erotismo está más extendido actualmente, es porque ha dejado de ser un privilegio de algunos favorecidos por la fortuna y, en este sentido, es un buen indicador de la democratización y de la elevación del nivel de vida.
Si, en su forma hipertrofiada, artificial, puede constituir un peligro para la sociedad, siempre es un peligro menos y menos grave que el alcohol, o que las apuestas, y fundamentalmente menos desmoralizador porque escapa al provecho y al control burocráticos: El estado no obtiene porcentaje.