SOCIOLOGÍA SEXUAL: SEXO, EROS Y ÁGAPE
Ya es sabido que la disposición de la raza humana comprende la dualidad de los sexos, masculino y femenino. Y que los hombres, como los animales, tienen en común la vida sexual; pero en el hombre, este impulso natural no es más que una capa de su vida físicoanímica, sobre la que se elevan las restantes capas anímicas superiores.
(También te puede interesar: Aspectos de la sexualidad)
En los animales, que solo se guían por los sentidos, el impulso sexual actúa de un modo natural, y sus funciones son reguladas por leyes que discurren bajo el signo de lo necesario en la naturaleza, sin que puedan ser dirigidos por motivos espirituales.
En el hombre, sin embargo, lo sexual aparece, por lo menos en gran parte, bajo el influjo de la conciencia espiritual y de la voluntad. La dirección del instinto sexual hacia metas más elevadas le ha sido atribuido para cumplir deberes morales, y cuando fracasan las fuerzas anímicas superiores en la conducta de estos impulsos se produce una contradicción en el orden y el destino del ser humano.
La sexualidad, por tanto, constituye una dimensión esencial de la conducta humana. Se partiría de un error, si se plantease este problema desde una perspectiva puramente biológica. Bajo este ángulo, la sexualidad no es más que la unión por contacto y penetración, de las partes sexuales del hombre y de la mujer, así como de los estados precedentes de aproximación, de deseo y de placer parcial, con los estados consecuentes de satisfacción, de gestación y de procreación.
En un sentido institucional, la sexualidad es esta forma de aproximación sexual legitimada por las leyes civiles y la consagración religiosa.
El psicólogo acepta estos conceptos como otras tantas verdades parciales, útiles para el equilibrio del individuo, para la reproducción de la especie y el buen funcionamiento de las sociedades, pero aun se extiende en una definición de la sexualidad mucho más amplia.
En seguida comprueba que estos limitados conceptos de la sexualidad, como un mecanismo puramente carnal o puramente biológico, conducen a un conflicto del cual el hombre, cogido entre sus necesidades y las prohibiciones religiosas, sociales o médicas, no puede escapar más que por la neurosis, la perversión o la promiscuidad.
(También puedes leer: El goce sexual)
Entrando, pues, en el desglose del instinto sexual se aprecia que la sexualidad humana ha adquirido un enriquecimiento en el programa vital que se ha agrandado con el desarrollo de una polémica, como afirma López Ibor, entre los psicoanalistas franceses a propósito de la traducción de la palabra alemana trieb que usa Freud y Jung.
Para poder designar el área instintiva sexual Freud eligió el término de libido. Jung pretendió que libido debía interpretarse como instintividad general. En Freud mismo se establece la diferencia entre libido como inclinación erótica y genitalidad como más limitativa de lo específicamente sexual-biológico.
La genitalidad es cuanto concierne a la morfología y al funcionalismo fisiológicos y patológicos del aparato genital, es decir, del medio anatómico principal, pero no único, por el que se expresa la sexualidad. Y esta es el conjunto de las manifestaciones del instinto sexual, de las condiciones biológicas que lo determinan y de las normas jurídicas y éticas que lo regulan.
Por consiguiente en las configuraciones distintas de la conducta humano el instinto alude más directamente a sus radicales biológicos, mientras que los psicólogos y humanos radican a eros.
EROS
El concepto de eros parte de la filosofía de Platón y es uno de los elementos esenciales de la misma, aunque Platón, a su vez, lo tomó de los misterios órficos, según los cuales Zeus quiso conceder a su hijo Dionisos el poder sobre todo el mundo, pero los titanes se apoderaron del niño y lo mataron, devorándolo, y ellos fueron, a su vez, aniquilados por la ira de Zeus, quien los abrasó en sus rayos y de sus cenizas creó al hombre.
El sentido simbólico de este mito está en que un rayo divino yace encerrado en el hombre: Es el eros, que vive en su cuerpo y siente nostalgia de su origen divino; oscila entre posesión y desprendimiento, asegura Platón.
Eros armoniza lo sensitivo con lo supersensitivo; ama en la hermosa apariencia el alma bella; está en continuo movimiento hacia lo más elevado, hacia los últimos valores divinos, para conseguir el máximo perfeccionamiento personal.
Todo el movimiento del eros, por mucho que tienda a separarse de lo sensitivo, está ocultamente inspirado por el egoísmo; la complacencia en lo bello y lo bueno es, para el alma, el medio de elevarse y alcanzar los valores máximos y, finalmente, el bien supremo.
La trascendental importancia de la teoría platónica del eros consiste en que dignifica un aspecto esencial del género humano: Su elevación sobre los sentidos en su anhelo de los valores espirituales.
Entre los neoplatónicos, tanto cristianos como paganos, se ha comparado frecuentemente este valor positivo del eros con un aspecto demoníaco de lo sexual. Incluso el primitivo ascetismo cristiano no está exento del todo de conceptos que veían en lo sexual la sede de lo antidivino, del diablo.
La superación de este punto de vista unilateral constituye parte de los fines de un ascetismo orgánico, que ve la totalidad de la naturaleza humana a la luz de la revelación divina.
El cristianismo ha aportado un nuevo principio en la consideración del perfeccionamiento humano, y en éste, el amor a Dios, se asienta el orden verdadero de las fuerzas anímicas y el fundamento mismo de la humanidad.
El cristianismo no considera al hombre como un ser perfecto, acabado en sí mismo. Tampoco las relaciones entre hombre y mujer pueden proporcionar esta perfección. Es cierto que, por las relaciones matrimoniales, el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, osea en un ser completo; pero solo cuando este ser completo está referido a Dios, que pronuncia las palabras sacramentales y bendice su unión, corresponde el amor entre ambos al destino y a la dignidad humana.
Ni el sexo ni el eros completan al ser humano, mientras el ágape, el amor divino, no lo ayude a superar la propia imperfección, pues por naturaleza, ambos se aferran a su particular egoísmo.
Nygren, que escribió un famoso libro sobre eros y ágape, considera el primero como egoísta, porque busca la autosatisfacción. Y desde la perspectiva reducida del biólogo el instinto sexual, como los demás instintos, tienen una dinámica egoísta: Se satisface el hombre y se satisface el instinto sexual.
El psicólogo no se queda en este delimitado concepto de la satisfacción, sobre el que el biólogo, más tarde, construye las teoría de que tales conductas autosatisfactorias conducen a la conservación del individuo y de la especie.
EL ÁGAPE
El ágape es un concepto distinto del sexo y del eros; es una forma especial de amor. Teológicamente es el amor oblativo de Dios por la criatura. En el nuevo testamento cristaliza el amor en la figura de Jesucristo.
Dios ama al hombre y manifiesta su amor descendiendo a él, haciéndose hombre y muriendo por él en la cruz. Esta dinámica de arriba abajo es la que transforma el amor humano en todos aquellos que son capaces de comprender y asimilar lo nuevo del amor religioso, haciendo al hombre capaz de amar a sus semejantes, no por su belleza o por sus valores atractivos, sino por ellos mismos.
Eros se basa en la satisfacción que proporcionan lo bueno y lo bello en la persona amada; ágape, el amor, parece independiente por completo de la atracción del ser humano. Su causa, como su fundamento y motivo, es Dios, que es amor.
Como se dice en 1 Corintios 13:4-7: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta"
Y el amor está dispuesto a perdonar, como indica Mateo 18:21-22 "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete"
El eros indica en una atracción de imágenes de lo bello que desde la infancia influyen en la imaginación. La imagen del padre y de la madre, las impresiones de encuentros con personas nobles, perviven en el alma madura, proporcionando sentimientos dichosos.
Tales experiencias, mencionadas anteriormente, significa, por su naturaleza, la complacencia en los valores percibidos de lo bueno y, al mismo tiempo, una atracción hacia la simpatía espiritual. Aquí radica el germen de un movimiento del propio yo que le impulsa a alejarse de nosotros.
El amor, pues, empieza en el ascetismo sensitivo y acaba en un ascenso vertical, en el éxtasis que lleva a olvidarnos de nosotros al sentirnos dominados e impresionados por el Sumo Bien. Pero, en realidad, la simpatía del eros solo congeniará con el amor sincero en tanto perciba las cualidades descubiertas en el amado.
LA REALCIÓN EROS Y ÁGAPE
La relación eros y ágape siempre está en peligro. Eros ama al otro, al sentirse feliz por sus cualidades. La responsabilidad, los sacrificios y la fidelidad hacia el otro es algo desconocido en el eros. Por consiguiente, todo amor humano inspirado por el eros, experimentará, antes o después, una crisis y terminará.
Durante la antigüedad pagana y el cristianismo de los primeros siglos, los padres de la iglesia, y sobre todo Clemente de Alejandría, en su gran misión educadora, reconocieron que el eros era algo así como elevación y nostalgia del ideal, mientras que el cristianismo era como el cumplimiento presentimientos ocultos.
Desde el punto de vista del evangelio, todavía no se ha dicho todo. Eros y sexo no pueden penetrar en el reino de Dios, del amor, sin hallarse el hombre bautizado a la muerte de Cristo, para emprender la peregrinación a un mundo completamente nuevo (Romanos 6:4)
Una elevación del eros hacia el amor de Dios es, por tanto, imposible. El sermón del aprender de nuevo aparece al principio de todas las revelaciones cristianas. Entonces surge una nueva unidad sexo-eros-ágape, pero solo bajo el predominio del amor de Dios.
SEXO, EROS Y ÁGAPE SON TRES ASPECTOS DE LA CONDUCTA HUMANA
Sexo, eros y ágape son tres aspectos de la conducta humana. En la relación entre hombre y mujer los tres se hallan simultáneamente presentes. No pueden aislarse más que por necesidades descriptivas, pero en la dinámica global se persigue la influencia de una u otra dimensión de las fuerzas gravitatorias que empuja a un sexo en dirección al otro.
El amor divino, que no ha eliminado ni el sexo ni el eros, contribuye a la purificación y perfeccionamiento de la naturaleza como fin educativo cristiano.
Es evidente que existe la atracción sexual entre hombre y mujer, y que también existe la atracción erótica. Esta última incluye, como ya se apuntó anteriormente, toda una trama de simpatías y antipatías, de deseos y aversiones, de vitalidades y fatigas, de intereses y desintereses, de novedades y habituaciones. Así, el hombre y la mujer se apasionan el uno por el otro; pero también se desencantan: Llega la crisis y termina.
Entre los cónyuges cristianos, el ágape, el amor divino, es la norma según la cual se regula la satisfacción y el cumplimiento del instinto sexual. El amor piensa en lo común, no rehúye sacrificios personales.
El amor se somete a la orden de Dios, que ha creado la naturaleza humana como naturaleza social, de manera que nadie puede vivir según la voluntad de Dios fuera de estas relaciones sociales. Tampoco las relaciones sexuales pueden llevarse a cabo, fuera de esta comunidad, sin caer en una actitud irresponsable. El hombre sexualmente maduro no está, por este solo hecho, libre para ejercer tales relaciones sexuales.
La sexualidad humana es, por consiguiente, algo más que simple sexualidad. Esto explica claramente el reflejo que ofrece el mundo contemporáneo con la situación actual de la sexualidad. De los tres elementos solo el sexo han querido dejar.
El empeño reductor aun no ha logrado su triunfo, pero sí ha conseguido que se notase su presencia en determinados ambientes sociales, y que doctas personas proclamasen que vivimos en un mundo muy erotizado, a la vez que se producía cierta alarma en los sectores más progresistas. Pero esto ya es otro empeño.