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EDUCACIÓN SEXUAL Y SEXUALIDAD EN LA PAREJA

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LAS CARICIAS, PRÓLOGO DEL AMOR

LAS CARICIAS EN EL PRELUDIO SEXUAL

Las caricias, prólogo del amor en la pareja

Todas las culturas del pasado han contribuido a enriquecer las relaciones amorosas. El acto sexual se iniciaba mediante el preludio y el juego amoroso, para culminar en un final igualmente refinado. De todo ello se deduce que para alcanzar la felicidad en el amor se necesita tiempo. El tiempo es lo primordial, además de vitalidad, sex appeal, capacidad sensual y cultura.

El PRELUDIO AMOROSO DE LAS CARICIAS AJUSTA Y SINCRONIZA A LA PAREJA


Las verdaderas relaciones amorosas solamente son posibles en un mundo de ocio, despreocupado y alegre. El amor necesita un estado de ánimo de día de fiesta. Si los hombres de hoy renunciaran a algunas distracciones y continuos trabajos, para conceder más tiempo al amor, el número de matrimonios desgraciados disminuiría rápidamente.

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En la vida del sexo, las caricias dirigidas a las zonas erógenas y a los órganos genitales tienen más importancia de las que se les atribuye y sería infravalorar dicha forma de preludio si, aparte de su reconocido poder de excitación, no se hiciera mención de su intensa significación fisiológica.

Ya se sabe que la mujer llega al orgasmo más difícilmente y con mayor lentitud que el hombre, cuya eyaculación, por lo general, suele producirse antes del espasmo femenino. Esto casi siempre ocasiona que él no pueda continuar el acto y ella quede física y psíquicamente insatisfecha.

El preludio, por tanto, permite ajustar y sincronizar la acción entre ambos protagonistas, creando de antemano un estado de excitación en la mujer que acorte el impulso preparatorio.

Gracias a los prolegómenos la mujer puede recorrer parte del camino que ha de conducirla a la plena satisfacción en la consumación del acto. En el hombre una análoga estimulación sexual es menos decisiva, por eso de esta manera la pareja femenina adquiere sobre su oponente un avance que este compensa con su mayor excitabilidad y más viva respuesta durante la última fase.

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Por lo tanto, con estos preparativos inteligentemente dosificados la mujer obtiene satisfacción completa y la simultaneidad de orgasmo con su copartícipe.

Además, el preludio realiza otra función más importante todavía: La preparación biológica del organismo con miras a facilitar la consumación del acto, que puede verse dificultado y hasta imposibilitado si el hombre o la mujer no están debidamente preparados física y psíquicamente. Desde ambos puntos de vista, los prolegómenos son los encargados de eliminar esta dificultad eventual.

La secreción de las glándulas de Bartolino aumenta a la vez que crece la apetencia sexual, lubricando el orificio de entrada de la vagina para facilitar la introducción del pene. Por lo que a éste se refiere, es indispensable la exaltación preliminar que determina su erección, sin la cual la penetración es imposible, aparte de que el órgano masculino también emite algunas gotas de secreción lubricante cuando alcanza cierto grado de tensión, análogamente destinadas a evitar dolores y hasta erosiones en la mucosa del glande, en la vulvar y en la vaginal, que en estado de sequedad son extremadamente vulnerables y sensibles.

Por lo expuesto se deduce que el preludio sexual no es un vicio ni un fenómeno de degeneración, sino una necesidad con doble y bien definida significación: Primero, la indispensable excitación fisiológica para lograr la plenitud de la satisfacción sexual de la mujer, y segundo, para preparar los órganos genitales para un funcionamiento normal

LAS CARICIAS EN EL JUEGO ERÓTICO


Después de la estimulación adecuada en las zonas erógenas, que debe lograrse mediante el diálogo de las caricias que inician toda relación sexual, se llega al mayor nivel de integración psicosomática entre los dos cónyuges. Es decir, se centra en la fase llamada del juego erótico, establecida a partir de las primeras caricias y que sirve para estimular la sexualidad y desembocar en el coito.

Practicado correctamente debe resolverse en dos partes: La primera se limita el mínimo contacto con la región femenina, sea con la mano o con el pene, porque el cónyuge debe ocuparse más de cualquier otra zona erógena.

En la segunda fase, la concentración cae sobre la zona genital femenina, aun cuando el varón esté besando simultáneamente la boca o los senos de su pareja.

El juego amoroso nunca debe durar menos de quince minutos, aunque hay mujeres que se sienten estimuladas en cinco minutos. Pero otras apenas comienzan una erección clitórica al final de este período y por ello necesitan más tiempo. Las hay, sin embargo, que solo empiezan a sentir algo al cabo de media hora, por lo que necesita de una buena técnica para que todo este tiempo se reduzca al máximo.

Tal y como existe un tiempo mínimo de juego amoroso, no hay uno máximo y en el varón está el saber percibir la excitación ascendente de su pareja para juzgar el momento en que la mujer está estimulada y dispuesta al coito.

Esta es una de las informaciones más importantes que puede poseer un marido respecto a su mujer, pues así tendrá la absoluta certeza de que no pasará al acto sexual antes de que su compañera esté dispuesta para él. Claro que este hecho es olvida muchas veces y, de forma lamentable, conduce a una inadaptación sexual muy molesta.

Respecto al juego amoroso, la mayoría de las mujeres se muestran mas o menos pasivas y silenciosas, aparte de las relaciones que son usuales cuando varón y hembra juntan sus cuerpos. Ahora bien, las mujeres, como ya se ha dicho en otro lugar, siempre están dispuestas a permitir que el varón las estimule, no preocupándose a veces de estimular ellas mismas al varón.

No todas las mujeres responden de igual manera a los mismos estímulos en el juego erótico. Algunas reaccionan intensamente ante los besos, pudiendo excitarse rápidamente, acaso en dos minutos, al ser abrazadas fuertemente por el marido, y entregándose después al tipo de beso que más le guste.

Otras, partiendo del estímulo anterior, pueden requerir además un leve meneo genital cuando sus órganos externos entran en contacto con los del varón o cuando los genitales femeninos son frotados contra el muslo del hombre. Las hay que tras un ligero contacto de tal manera solicitarán la inmediata introducción del pene, deseando que el juego erótico se realice en la posición más íntima posible.

Hay otras mujeres que se estimulan más por besos y caricias aplicados a sus pechos que a la boca, cosa que las excita enormemente y las prepara enseguida para el coito.

Aun las hay que prefieren una combinación de besos en el cuello, la boca y el busto, mientras las manos del varón exploran la cintura, las caderas y las caras exterior e interior de los muslos, o aprietan suavemente la zona encima de las rodillas.

Hay otras que gustan incluso del contacto del pene entre los senos. Y las muy sensibilizadas eróticamente que experimentan un irresistible deseo de acariciar oralmente el miembro masculino, dirigiéndose a él de modo tan brusco y directo que no deja dudas de la fuerza del impulso.

Ningún hombre debe descuidar esta segunda fase del juego erótico, puesto que gran parte de la excitación masculina se inspira en la manipulación del área genital de la mujer.

Aunque muchas mujeres solicitan la cópula poco después de que el varón ha iniciado el juego sexual, su prolongación controlada puede producir en la mujer una agradable predisposición a continuar hasta que el hombre esté dispuesto al acto sexual.

Una sola fase del juego erótico no es suficiente para lograr una adecuada excitación que facilite el coito. Y deben utilizarse todas las técnicas ya que la excitación llega a su punto cuando el varón empieza a acariciar con la mano los genitales externos de la esposa. Esta zona en la mujeres poco sensibilizadas eróticamente, no produce sensación si se olvida el clítoris.

Sin embargo, la reacción no se debe solamente a una sensación física, sino también psicodinámica, porque la mujer recibe la impresión de que su esposo se ocupa de lo más íntimo de su cuerpo, y esta simple percepción le resulta excitante.

Luego, a medida que la mano del varón comienza a acariciar el clítoris, se desarrolla en la mujer una definida sensación física que le causa un placer indescriptible.

El estudio del juego amoroso y del preludio son, por consiguiente, tan importantes como cualquier otro aspecto de la vida sexual.

Ya se ha dicho que las zonas erógenas son muy sensibles a las caricias y besos, y que las particularidades individuales hacen muy variable el grado y la intensidad de sensibilidad. Aisladamente, una caricia puede ser preferida a otra y una zona del cuerpo responder más o menos intensamente que las demás.

Las zonas erógenas de la mujer poseen una localización y una sensibilidad especiales, que su colaborador deberá tener siempre presentes. Cuando se conoce a la pareja puede estimularse su libido mediante un gesto anodino en apariencia, como un beso detrás de la oreja, o una caricia en la nuca, en el nacimiento de los cabellos; pero es primordial que estas caricias no se conviertan en una rutina, pues se caería en la indiferencia y hasta en la molestia.

También es posible que los lugares sensibles no sean los que imagina el que acaricia y entonces un estímulo o un gesto mal comprendidos puede abocar a resultados distintos a los esperados.

Ha de tenerse en cuenta esta observación cuando se refiere a los órganos sexuales, especialmente durante los primeros momentos del contacto físico; durante la noche de bodas, un exceso de agresividad puede perjudicar definitivamente la vida sexual del matrimonio. Son circunstancias que exigen delicadezas y verdadero tacto, autodominio, comprensión por parte de ambos y absoluto abandono de cada uso en beneficio del otro.

Hay hombres, por ejemplo, a los que disgusta que les acaricien la cara, pero que son incapaces de confesárselo a la mujer por no herir sus sentimientos. Quizás prefieran la misma caricia en la nuca, en el brazo o en la palma de la mano, como algunos que apetecen que se les besen los ojos y otros rechazan el gesto.

Por otro lado, la sensibilidad no solo varía con la región del cuerpo, sino que depende de la manera en que se concede y practica la caricia. Por regla general gozan de preferencia los roces ligeros y las presiones débiles, pero los hay sensibles a un contacto más enérgico.

Existe una norma general, un hilo de Ariadna, que puede servir de guía: Hacer solo aquello que resulte agradable a la pareja. Cualquier caricia que tienda exclusivamente a la propia satisfacción de un placer egoísta es semejante a una violación e impide abandonarse al otro protagonista.