SEXUALIDAD INFANTIL, DESARROLLO DE LA SEXUALIDAD
Uno de los mayores descubrimiento de la ciencia psicológica está en afirmar que el instinto sexual no es un simple mecanismo que se pone en marcha con la pubertad, sino que se produce y desarrolla en el ser humano desde el instante de la fecundación, evolucionando después hasta alcanzar el estado de madurez.
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Antiguamente no se concedía la menor importancia a la relación entre infancia y desarrollo sexual; pero el psicoanálisis fue el primero en alzar su voz al respecto. Por consiguiente, si es lícito hablar de una sexualidad infantil, también debe reconocerse que en el recién nacido no existe una sexualidad diferenciada.
El niño llega al mundo sin saber siquiera que existe: Es un ser viviente que ignora todo y solo tiene reacciones masivas de toda su individualidad. Una vez satisfechas sus necesidades o desaparecido el estímulo perturbador vuelve a su quietud y a su amodorramiento.
El niño viene al mundo con una capacidad y una posibilidad que ha de desarrollar mediante su diálogo con el ambiente; este ambiente lo forman las personas que viven a su alrededor y sobre todo las que mayor vinculación tienen con él. Por eso las personas influyen en el niño, pero siempre más con sus actitudes que con sus palabras.
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He aquí la trascendencia del ejemplo: Las actitudes de las personas mayores; nuestra memoria no empieza a almacenar recuerdos hasta los cuatro o cinco años, rara vez antes. También se sabe, gracias al psicoanálisis, que al lado de los recuerdos conscientes que archiva el hombre existen los del subconsciente, que se remontan a la más tierna infancia y pueden influir sobre nuestros actos de una manera significativa.
SEXUALIDAD EN EL NIÑO
Al hablar de sexualidad en el niño no nos referimos a las relaciones y a las actividades sexuales propiamente dichas, sino a las fases preliminares que se revelan antes de la pubertad; a los primeros impulsos sexuales que deben asociarse con las primeras necesidades orgánicas del pequeño.
Freud fue quien identificó en el niño el instinto sexual que contiene el deseo impulsivo a satisfacer sus necesidades elementales -la búsqueda y la necesidad de calor, de alimentos, de seguridad, entre otros-, aun cuando estos instintos elementales se encuentren poco diferenciados.
La lactancia, por ejemplo, es para el recién nacido algo más que la simple satisfacción de su apetito: Encuentra además placer y por eso trata de repetir el gesto fuera de los momentos en que necesita comer.
Una técnica incorrecta de alimentación o una tolerancia excesiva, pueden provocar una búsqueda obsesiva del placer bucal chupándose el dedo continuamente; sin embargo, no siempre debe verse en esta actitud un comportamiento que algunos llegan a calificar, exageradamente, de masturbación.
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Esta búsqueda de placer voluptuoso, que es instintiva, puede manifestarse en otras actividades. Así el niño descubre muy pronto que, cuando ha aprendido a controlar sus necesidades naturales, el hecho de retardar su satisfacción puede convertirse en una nueva fuente de placer, y se obstina en rechazar el recipiente que se le ofrece a horas regulares, para mejor manchar sus ropas.
A las madres ni siquiera se les ocurre que su hijo obra así porque la retención de sus necesidades despierta en ellos sensaciones placenteras que aumentan con la duración del tiempo de retención.
Estos hechos no se encuentran en conexión directa con la vida sexual del adulto, pero tampoco la tiene el nacimiento de un río con su desembocadura. Las sensaciones placenteras del niño no se centran en sus zonas genitales, como en el adulto, sino que se despiertan al contacto de los orificios naturales del cuerpo (Boca, ano y órganos genitales) y determinados lugares de la piel: Muslos, hombros, nalgas y axilas.
Las impresiones de voluptuosidad del niño se centran sobre su persona (Autoerotismo), por oposición a la sexualidad del adulto, en el cual se dirigen principalmente hacia otra persona.
Un niño puede masturbarse desde la más tierna infancia, y este hecho debe ser conocido por padres y educadores para ser valorado y tratado debidamente. Su masturbación suele tener por origen causas meramente mecánicas: Una secreción abundante, el frotamiento del cuerpo, excitaciones provocadas por circunstancias fortuitas.
Los niños suelen excitarse generalmente con las manos y las niñas apretando los muslos uno contra el otro, pero estas prácticas rarísimas veces conducen al orgasmo.
Otras formas de masturbación se obtienen por el restregamiento de los genitales contra la cama, contra los muebles (Sillas, el mismo parque). También se ha descubierto comportamientos que permiten suponer la existencia de una especie de orgasmo, típicamente sexual; pero esto ya son casos excepcionales.
Sin embargo, no debe olvidarse que esta posible exacerbación de lo erótico en muchos casos es debido a errores educativos, por imprudencia, por excesiva tolerancia, o a consecuencia de inconfesables manipulaciones de personas extrañas, o por los mismos familiares que, por tradición, calman los desasosiegos de los niños acariciando sus genitales.
La masturbación infantil es relativamente inofensiva. Y en todo caso menos perjudicial que los errores pedagógicos que se cometen por combatirla. No se debe castigar al niño que se masturba, ni amenazarle o golpearle la mano. Las medidas precautorias son más importantes y decisivas que las punitivas.
Deben implantarse medidas de seguridad respecto a los menores, cualquiera que sea la edad. A los cinco años o seis el sentido de observación del niño es muy agudo. Son frecuentes las confidencias entre ellos, y el médico o un extraño, gracias a ellas, puede llegar a saber que los padres no guardan el cuidado debido y les permiten sorprender escenas demasiado íntimas.
LA EDUCACIÓN SEXUAL ES TAREA NATURAL DE LOS PADRES
La educación sexual es tarea natural de los padres, pero también es notorio que desempeñan un importante y peligroso papel los errores, la falta de habilidad y los perjuicios. Los profesores y educadores deben contribuir en lo posible a remediar las faltas cometidas por los padres.
Una actitud hipócrita y puritana de los padres frente a un niño de pocos años suele destruir la confianza necesaria al reposo y a la seguridad interior infantil. Los eventuales desórdenes de la futura vida afectiva o amorosa del individuo no es lo más importante, sino el sentimiento actual que el niño se forja de que sus padres le dejan solo.
Las sensaciones de seguridad, de protección, indispensables para una evolución psíquica sana, se pierden por entero, y si el niño es sensible, abierto e inclinado por naturaleza a la confianza, corre el riesgo de que jamás intente comprometerse con una amistad, un contacto o un amor verdadero.